Últimamente me he
movido bastante en metro: ese medio de transporte que hace que el día a día en
la ciudad sea más fácil; totalmente invisible para el mundo y, sin embargo, de
vital importancia para que la vida en el botxo funcione correctamente.
Lo cierto es que hay un
hecho relacionado con el metro que no deja de sorprenderme. Todos los que lo
cogemos nos vemos por unos minutos al mismo nivel; actúa como un nivelador. Si
no me creen, cojan el metro un día entre semana. O un sábado a la mañana. O cuando
les venga bien. Uno se da cuenta de la cantidad de gente que lo utiliza, y son
todos tan distintos entre ellos… Cada uno se encuentra absorto en sus
pensamientos, con sus problemas: allí veo un caballero de traje, seguramente
acabe de salir de la oficina y no ve la hora de llegar a casa; a su lado, un
chaval que va gritándole al teléfono, convencido de que cuanto más alto hable
los amigos con los que ha quedado le oirán mejor; una chica que viene de
entrenar, una señora que ha hecho la compra del mes…
Todos tan distintos,
viviendo a diferentes niveles de vida. Y si no fuera por el metro, difícilmente
habrían coincidido. Sin embargo, es el nivelador el que los junta a todos
durante unos minutos, y permite la silenciosa convivencia, aunque sólo sea,
pues eso, por unos minutos.